DEL CALOR DE MIS MANOS, MIS BRAZOS, MIS HOMBROS...
Exposición
15.09.23 / 22.10.23
DEL CALOR DE MIS MANOS, MIS BRAZOS, MIS HOMBROS...
Mario Martagón Conde
Del calor de mis manos, mis brazos, mis hombros es un proyecto expositivo que me ayuda a llorar y deshacerme de toda esta amalgama de exhalaciones que conforman la vida. Deshacerme de ellas para poder contemplarlas como algo ajeno a mí y, a la vez, poder así entenderlas y abrazarlas, sin que sea el interior del pecho el que sufre... para que sea el exterior del pecho el que aguante.
Es una mezcla de pintura, palabra, ladrillo y alguna pinza de la ropa suelta la que compone este sin querer no querer, esta prosa pictórica que, con suerte, con tiempo o con ambos, me ayudará a encontrar alguna brisa que reconforte.
Miguel Ángel Rivero Gómez
La aparición de un artista se debe en muchas ocasiones a razones azarosas e inexplicables. En otras, en cambio, parece responder a motivos plausibles. Ese es el caso de Mario Martagón Conde, originario de La Puebla de Cazalla, un pueblo cargado de sensibilidad estética, un auténtico semillero de artistas y teóricos del arte, desde José María y Francisco Moreno Galván a Diego Ruiz Cortés. A este factor habría que añadir sus particulares raíces familiares, pues Mario creció entre la irreverente creatividad plástica y musical de su padre, Yoghurtu, y la voracidad y tremenda lucidez lectora de su madre, Encarni Conde. Los árboles no crecen en cualquier solar, sino en terrenos fértiles, propicios y convenientemente abonados. Su formación se completó con el Grado de Bellas Artes en la Universidad de Sevilla, donde adquirió destreza en el dibujo y alcanzó una notable técnica pictórica.
Curiosamente, la pintura de Mario Martagón Conde no encuentra veneros de los que nutrirse entre sus contemporáneos, sino más bien en ciertas corrientes de las vanguardias históricas de comienzos del siglo XX, en concreto, en el expresionismo alemán y nórdico, y en el surrealismo. Del primero, asume la primacía de la expresión sobre la forma, la factura dramática y desgarrada de su pintura, la orientación hacia el interior, su agonismo y su misterio. Muchas de sus pinturas recuerdan así a los retratos de Kirchner o Émil Nolde. En cuanto al surrealismo, está presente asimismo en su obra en su carácter provocador, visceral, onírico, y, ante todo, en su tendencia a vincular las artes visuales con la palabra. Al modo de Henri Michaux, en sus pinturas se incrustan versos, palabras sueltas, grafismos…, desde una aspiración a concebirlas como «poemas pictóricos». Y el fin de la poesía no es otro que la búsqueda de lo inasible, para lo cual requiere una estrategia de desarticulación del lenguaje común para así alcanzar a expresar más allá de lo que las palabras pueden decir en su función instrumental y comunicativa, aquel «decir lo indecible» que anhelaban los viejos místicos castellanos. En este sentido, y esto no deja de ser una impresión personal, el principal valor de la pintura de Mario Martagón Conde reside en su carácter enigmático, en ese halo de misterio que transmite la contemplación de algunas de sus obras, dejándonos una sensación de inquietud y desconcierto por no acertar a interpretar del todo qué nos cuentan y sugieren, por no saber traducirlo con palabras. Eso testimonia el aliento poético de su obra, su condición de «enigma», que es la condición de todo arte auténtico, según el filósofo Theodor Adorno. Muchas de las pinturas reunidas en esta exposición, «Del calor de mis manos, mis brazos, mis hombros…», nos llevan ahí, a una contemplación que exige adensar la mirada y esperar pacientemente la revelación, el sentido, el hallazgo.
Mario Martagón Conde