adocamele

Claudia

Ruiz Caro

Adocamele

Fotografía

06.07.19 / 25.08.19

Adocamele

La historia de la representación plástica del flamenco está urdida por la pugna entre dos corrientes. Una corriente flamenca o flamenquista, fundada en el romanticismo del XIX, próxima al folklore y su alegría, y alentada por el mito de la España pintoresca. Aquí, donde la forma contiene a la expresión, podemos situar desde los románticos a los impresionistas (Singer Sargen, Manet, Iturrino, Regoyos...). Y una corriente jonda, derivada del existencialismo, arraigada en la tradición y su dolor, y auspiciada por el mito de la España Negra. Aquí es la expresión quien desborda los diques de la forma, como vemos en el realismo social, el informalismo y el neoexpresionismo de la segunda mitad del siglo XX (Venancio Blanco, Povedano, Francisco Moreno Galván...). Estamos ante la vieja contienda entre forma y expresión, nudo vertebrador de todo arte.

En la fotografía flamenca también han convivido estas dos corrientes. Por un lado, con fotógrafos que han trazado su memoria del flamenco desde la superficie, ciñéndose a lo espectacular y evitando proximidades con la personalidad que se esconde tras el artista. Y por otro lado, con fotógrafos que han querido ser testigos del flamenco desde sus genuinos habitantes y su particular mundo, descendiendo a sus profundas simas. Esta es la fotografía jonda, donde podemos situar, entre otros, a Colita, José Lamarca y Elke Stolzenberg. Sus recorridos fotográficos sobre el flamenco son diferentes. Colita buscó la expresión del flamenco en sus márgenes cotidianos, Lamarca en el retrato clásico y en la naturalidad de los artistas, y Elke en la fuerza plástica y expresiva de los escenarios. Todos ellos, sin embargo, han tenido un común objetivo: reflejar la personalidad del artista, la persona tras la máscara, la raíz de lo jondo en lo flamenco, el inextricable misterio.

Precisamente estos hilos nos llevan a Claudia Ruiz Caro (Barcelona, 1993), fotógrafa catalana de orígenes jerezanos, cuyo trabajo en el campo del flamenco ha logrado despertar la curiosidad y esperanza en veteranos como el propio Lamarca: “El mejor premio es que el artista te pida una foto para enmarcar y colgar en su casa... Y a ella le piden muchas. Tiene la humildad de no querer ser ella la protagonista, sino el retratado. Con los años, su archivo será importante y necesario. Envidio su juventud y admiro su manera de mirar e incluir a la familia en alguna de sus fotos. Tiene veinticinco años y fotografía a los flamencos como una vieja sabia. Siento que es como la continuación de lo que yo traté de hacer lo mejor que pude todos estos años: retratos de artistas flamencos”.

Claudia Ruiz Caro presenta aquí Adocamele, muestra estrenada esta misma primavera en el tablao Casa Patas, de Madrid, y que vive se segunda etapa, con una importante ampliación, en el Museo de Arte Contemporáneo José María Moreno Galván, dentro de la programación de la 51 Reunión de Cante Jondo de La Puebla de Cazalla. El texto de aquella exposición, firmado por Miguel Ángel Rodríguez, destacaba en lo siguiente: “Claudia detiene al artista, construyendo un encuadre propio, casi siempre en blanco y negro, en el que la fuerza expresiva y la intención gestual transmite sin fisuras la personalidad artística del retratado. Unas veces en un contexto escenográfico elaborado a base de diferentes tonalidades de luz, y en otras ocasiones en el ambiente costumbrista y familiar del propio cantaor.” En efecto, Adocamele acoge las dos principales vertientes de su fotografía flamenca: sobre el escenario, con abrumadores fondos negros, y fuera del mismo, en paisajes insólitos y sobre fondos desiguales. Lo sorprendente es que en ambos casos se trata de retratos, de retratos flamencos. En dicho género, Claudia Ruiz contrarresta las amplias posibilidades técnicas del estudio y la iluminación con ese poder de lo natural y lo imprevisto que le brinda su convivencia con los flamencos en patios, camerinos, tabernas y tabancos. Eso le lleva a penetrar desde su objetivo en el alma del artista, al hallazgo de la persona tras la máscara. Ahí está quizás su gran virtud, en que trabaja el retrato desde una clara conciencia de dignificación del retratado, lejos de idealizaciones, como Lamarca. Por eso es fotógrafa de lo jondo, porque en tiempos de desrealización e idealización, Claudia Ruiz persigue lo real bajo la mentira de la realidad, lo vivo en el laberinto de los simulacros. Lo vemos en esos fondos terriblemente oscuros, como los de Elke, que son la negra noche sin estrellas que envuelve a los flamencos, el fondo del pozo desde donde emergió el primer lamento. Allí se asoma Claudia, con la curiosidad de los perplejos de que nos hablara Maimónides.

Decía Francisco Moreno Galván que: “Es indispensable estar metido de lleno en el flamenco, sentirlo y conocerlo con profundidad para sacarle todo su jugo. Es imposible pintar flamenco si no se está pensando en él, si no se le conoce y se le ama.” En ese camino está Claudia Ruiz Caro, y desde La Puebla de Cazalla, como territorio jondo, queremos ser testigos de sus pasos.

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